A parteira de Nine
Una matrona de Nine fue llamada una noche por un hombre desconocido para asistir en un parto. La matrona recelaba ir pero el hombre la animó y la trajo a Neixón a una cueva donde se encontraba la mujer embarazada. La asistió y volvió para casa.
Pasado el tiempo encontró en la feria de Noia al hombre que le avisara aquella noche y le preguntó por la mujer a la que asistiera. El hombre le dijo lo siguiente:
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La matrona lo cerró y el hombre le dijo estas palabras:
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(Versión de F. LÓPEZ CUEVILLAS e F. BOUZABREY: O Neixón. Boletín da Real Academia Galega. Ano XXI. n. 185 e ss.).
Lenda do Pozo Bastón
Un soldado de la parroquia del Araño fue a servir al rey a África. Allí hizo amistad con un moro que le preguntó de donde era y de que zona. Cuando se lo dijo el soldado, el moro le preguntó si sabía dónde estaba el Pozo Bastón, que allí tenía él enterradas a tres hijas y que no sabía lo que daría si se las trajese. Le dio al soldado tres bollos de pan y las instrucciones que tendría que seguir.
Cuando llegó a casa, dejó los bollos de pan encima de la mesa y al verlos su mujer cortó una rebanada de uno de ellos. El soldado la reprendió pero el mal ya estaba hecho.
Cogió los panes y fue al Pozo Bastón; allí echó uno de los bollos al pozo y salió una joven muy hermosa, echó el segundo y salió otra. Luego echó el bollo de pan cortado y salió una tercera joven coja que cayó y arrastró con ella a las otras dos. Y todavía siguen allí.
(Relato recollido por J.A. PUENTE M.GUEZ e J.R. RUIBAL DEL CASTILLO: Castros en el entorno de Padrón (La Coruña). Gallaecia. n. 2. Santiago,-
O castelo da Lúa
Así contaba esta leyenda Cándido Alfonso González en Argentina por los años 1.958-
Quien investigue el pasado de la villa de Rianxo, puede reconstruir en su imaginación los arcos, torres, rastrillos y secretos pasadizos de un castillo, cuyas ruinas van perdiendo su arrogancia en una de las colinas próximas a la playa.
Algunos romances que se van cantando en torno al fuego del hogar “a lareira”, hablan de esta leyenda que dio nombre a este castillo.
Eran sus dueños los caballeros de la Orden del Temple, que lo habían edificado.
En una de esas luchas que solían originar entre los vecinos de feudo, fue hecha cautiva una joven doncella, de más brillante sonrisa que el resplandor de los luceros y con más hechizos que las sirenas del mar que rizan con suspiros de amor las aguas ribereñas, quienes responden, a su vez, con murmullos que se desmayan en la playa.
La hermosa doncella era hija del señor feudal humillado en la derrota; en muy ventajosa situación, el templario esperaba mayor provecho para sus dominios.
En la misma sección del castillo iba mejorando de graves heridas un apuesto caballero que, en la rota “ batida “había puesto con mucho valor su pecho, primero en defender el honor de su señor vencido, y luego, con desesperación de enamorado de la doncella.
Correspondía ésta en la prisión velando sus abatimientos y delirios, cuidando con desvelo sus heridas.
La resistencia y fortaleza del mancebo, junto con los mil cuidados de la doncella, le devolvieron el color de la vida y la esperanza de libertad.
La condición de los prisioneros había conquistado la voluntad de uno de los templarios. En una de esas noches en que la luna y las nubes parecían asociarse con empeño de trazar contraste de luz y sombras y sembrar caprichosos matices y reflejos en la ría rianxeira, guiados por el templario cómplice, salieron por uno de los pasadizos a la playa y tomando un pequeño bote que los esperaba, tomaron rumbo hacia la libertad.
Pero, en un instante esfumáronse las sombras y la luna recortó, la oscura silueta del bote que se alejaba de la playa. El centinela que los ve, alerta con gritos a los defensores del castillo.
Seguidamente, desborde de guerreros por la playa y arcos que una y otra vez tensan sus nervios para lanzar su augurio de muerte a los fugitivos.
Presiente el peligro el joven caballero y procura amparar con su cuerpo a la doncella. Pero también el jefe templario, que ve burlado su orgullo, dispone y ordena fiereza a sus ballesteros.
Y la fortuna, tan insensible y traidora como las pasiones, guio tres dardos mortales al pecho del valiente doncel. Fuese arqueando lentamente su cuerpo herido, y al tiempo que una ola mecía suavemente la embarcación, un crespón de sombra veló la luna. Simultáneamente un grito desgarrador, que la noche prolongaba, grito de enamorado dolor y de maldición a la vez, y la doncella se lanzó al mar en desesperado intento.
Al día siguiente posaron las ondas a orillas de la playa los cuerpos de los enamorados, abrazados, quizá con ese primer abrazo en el que los enamorados silencian sus palabras para que hablen y mejor comprendan los corazones.
Dioles sepultura el jefe templario al pie de una de las torres interiores del castillo.
Y dice la leyenda que, desde entonces, todas las noches de luna, un haz de sus rayos se posaba y velaba con su luz la sepultura de los enamorados y que, al anunciarse el alba, enrojecía con siniestro fulgor los blasones que adornaban aquel castillo de Temple.
Bibliografía
“Lendas galegas de tradición oral” de X.M. González Reboredo