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A parteira de Nine


  Una  matrona de Nine fue llamada una noche por un hombre desconocido para  asistir en un parto. La matrona recelaba ir pero el hombre la animó y la  trajo a Neixón a una cueva donde se encontraba la mujer embarazada. La  asistió y volvió para casa.
  Pasado el tiempo encontró en la feria  de Noia al hombre que le avisara aquella noche y le preguntó por la  mujer a la que asistiera. El hombre le dijo lo siguiente:
- Y luego … ¿todavía me conoces?
- Conozco sí señor.
- Pues cierra un ojo.
La matrona lo cerró y el hombre le dijo estas palabras:
- Ahora ya no me mirarás más.


(Versión de F. LÓPEZ CUEVILLAS e F. BOUZABREY: O Neixón. Boletín da Real Academia Galega. Ano XXI. n. 185 e ss.).


Lenda do Pozo Bastón


   Un soldado de la parroquia del Araño fue a servir al rey a África.  Allí hizo amistad con un moro que le preguntó de donde era y de que  zona. Cuando se lo dijo el soldado, el moro le preguntó si sabía dónde  estaba el Pozo Bastón, que allí tenía él enterradas a tres hijas y que  no sabía lo que daría si se las trajese. Le dio al soldado tres bollos  de pan y las instrucciones que tendría que seguir.
  Cuando llegó a  casa, dejó los bollos de pan encima de la mesa y al verlos su mujer  cortó una rebanada de uno de ellos. El soldado la reprendió pero el mal  ya estaba hecho.
  Cogió los panes y fue al Pozo Bastón; allí echó  uno de los bollos al pozo y salió una joven muy hermosa, echó el segundo  y salió otra. Luego echó el bollo de pan cortado y salió una tercera  joven coja que cayó y arrastró con ella a las otras dos. Y todavía  siguen allí.


(Relato recollido por J.A. PUENTE M.GUEZ e J.R.  RUIBAL DEL CASTILLO: Castros en el entorno de Padrón (La Coruña).  Gallaecia. n. 2. Santiago,- 1976. P.x. 148).


O castelo da Lúa


  Así contaba esta leyenda Cándido Alfonso González en Argentina por los años 1.958-1.960, a todo el que quería oírla.
   Quien investigue el pasado de la villa de Rianxo, puede reconstruir  en su imaginación los arcos, torres, rastrillos y secretos pasadizos de  un castillo, cuyas ruinas van perdiendo su arrogancia en una de las  colinas próximas a la playa.
  Algunos romances que se van cantando  en torno al fuego del hogar “a lareira”, hablan de esta leyenda que dio  nombre a este castillo.
  Eran sus dueños los caballeros de la Orden del Temple, que lo habían edificado.
  En una de esas luchas que solían originar entre los vecinos de feudo,  fue hecha cautiva una joven doncella, de más brillante sonrisa que el  resplandor de los luceros y con más hechizos que las sirenas del mar que  rizan con suspiros de amor las aguas ribereñas, quienes responden, a su  vez, con murmullos que se desmayan en la playa.
 La hermosa  doncella era hija del señor feudal humillado en la derrota; en muy  ventajosa situación, el templario esperaba mayor provecho para sus  dominios.
  En la misma sección del castillo iba mejorando de graves  heridas un apuesto caballero que, en la rota “ batida “había puesto con  mucho valor su pecho, primero en defender el honor de su señor vencido,  y luego, con desesperación de enamorado de la doncella.
  Correspondía ésta en la prisión velando sus abatimientos y delirios, cuidando con desvelo sus heridas.
   La resistencia y fortaleza del mancebo, junto con los mil cuidados de  la doncella, le devolvieron el color de la vida y la esperanza de  libertad.
 La condición de los prisioneros había conquistado la  voluntad de uno de los templarios. En una de esas noches en que la luna y  las nubes parecían asociarse con empeño de trazar contraste de luz y  sombras y sembrar caprichosos matices y reflejos en la ría rianxeira,  guiados por el templario cómplice, salieron por uno de los pasadizos a  la playa y tomando un pequeño bote que los esperaba, tomaron rumbo hacia  la libertad.
  Pero, en un instante esfumáronse las sombras y la  luna recortó, la oscura silueta del bote que se alejaba de la playa. El  centinela que los ve, alerta con gritos a los defensores del castillo.
Seguidamente,  desborde de guerreros por la playa y arcos que una y otra vez tensan  sus nervios para lanzar su augurio de muerte a los fugitivos.
   Presiente el peligro el joven caballero y procura amparar con su  cuerpo a la doncella. Pero también el jefe templario, que ve burlado su  orgullo, dispone y ordena fiereza a sus ballesteros.
  Y la fortuna,  tan insensible y traidora como las pasiones, guio tres dardos mortales  al pecho del valiente doncel. Fuese arqueando lentamente su cuerpo  herido, y al tiempo que una ola mecía suavemente la embarcación, un  crespón de sombra veló la luna. Simultáneamente un grito desgarrador,  que la noche prolongaba, grito de enamorado dolor y de maldición a la  vez, y la doncella se lanzó al mar en desesperado intento.
  Al día  siguiente posaron las ondas a orillas de la playa los cuerpos de los  enamorados, abrazados, quizá con ese primer abrazo en el que los  enamorados silencian sus palabras para que hablen y mejor comprendan los  corazones.
 Dioles sepultura el jefe templario al pie de una de las torres interiores del castillo.
   Y dice la leyenda que, desde entonces, todas las noches de luna, un  haz de sus rayos se posaba y velaba con su luz la sepultura de los  enamorados y que, al anunciarse el alba, enrojecía con siniestro fulgor  los blasones que adornaban aquel castillo de Temple.


Bibliografía

“Lendas galegas de tradición oral” de X.M. González Reboredo

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